jueves, 15 de marzo de 2018

BESTIARIO DE CIENCIA FICCIÓN - UNA NUEVA VISIÓN: EL HUEVO HOWARD FAST PARTE 1

Hola Gente!! otra vez (como siempre) un rato ya sin pasarme por acá, esta vez espero gente nueva así que repito esta introducción: Voy a compartirles mi antología de ciencia ficción favorita. Son una serie de historias cortas dividas en 6 categorías:
Una nueva visión
Perros y lobos
Bestias creadas por la ciencia
Bestias terrestres
Bestias de otros mundos 
Zoologos, biologos y cazadores
La mayoría de los relatos fueron recopilados por Robert Silverberg y algunos otros han sido agregados por mi, si conocen algunos otros que crean deberían estar aquí agradecería mucho me los compartieran.

El huevo
Howard Fast
Traducido por Rolando Costa Picazo en Un toque de infinito, relatos de Howard Fast, Ciencia-Ficción 3, EMECÉ Distribuidora, primera edición en 1974.


No sólo se trata de un relato conmovedor, sino que nos ayuda a percibir mejor esas pequeñas cosas simples que nos rodean, que nos alegran la vida, pero que normalmente no valoramos lo suficiente.



Fue un hecho afortunado, como lo reconocieron todos, que Souvan estuviera a cargo de las excavaciones –167-arco II, porque aunque era un arqueólogo de segundo orden, su hobby o afición lateral era las excentricidades de las ideas sociales de la segunda mitad del siglo veinte. No era simplemente un historiador, sino un estudioso cuya curiosidad lo llevó por los pequeños atajos olvidados por la historia. De otra manera, el huevo no hubiera recibido el tratamiento que tuvo.
La excavación tenía lugar en la parte norte de una región que en tiempos antiguos se había llamado Ohio, perteneciente a un ente nacional conocido como Estados Unidos de América en aquel entonces. Había sido una nación tan poderosa que había resistido tres incendios atómicos antes de desintegrarse, y por eso era más rica en tesoros enterrados que cualquier otra parte del mundo. Como lo sabe cualquier escolar, fue sólo en el siglo pasado que logramos llegar a entender las antiguas costumbres sociales de las últimas décadas de la era anterior. No es muy fácil superar una brecha de tres mil años, y es muy natural que la edad de la guerra atómica esté más allá de la comprensión de los seres humanos normales.
Souvan había pasado años de investigación calculando el lugar exacto para la excavación, y aunque nunca lo había declarado públicamente, no estaba interesado en refugios atómicos sino en otra manifestación de aquella época, una manifestación olvidada. Habían sido tiempos de muerte (el mundo no había visto antes tantas muertes), y por eso habían sido tiempos en que se había tratado de conquistar la muerte, mediante curas, sueros, anticuerpos, y mediante algo que le interesaba a Souvan de manera especial: el método de congelación.
A Souvan le interesaba sobremanera la cuestión de .la congelación. Según sus investigaciones, parecería que al comenzar la segunda mitad del siglo veinte, se habían congelado órganos humanos así como también animales enteros. Los más simples habían sido descongelados y revividos. Algunos médicos habían concebido la idea de congelar a seres humanos que padecían enfermedades incurables, manteniéndolos luego en hibernación hasta que se hubiera descubierto la cura de la enfermedad en cuestión. Para entonces, en teoría, se los reviviría para curarlos. Si bien sólo los ricos aprovecharon las ventajas del método, fueron varios cientos de miles de personas las que lo utilizaron (no se conocía a ciencia cierta si alguien había sido revivido y curado), y los centros construidos a tal efecto fueron destruidos por los incendios y los siglos de barbarie y salvajismo.
Sin embargo, Souvan había hallado una referencia a uno de esos centros, construido durante la última década de la era atómica. Era subterráneo y aparentemente tenía compresores accionados por energía atómica. Los años de trabajo e investigación estaban apunto de dar fruto. Habían hundido el socavón a unos cien pies dentro de la materia como lava que estaba al sur del lago, y ya habían llegado a las ruinas de lo que parecía ser la instalación que buscaban. Ya habían penetrado en el antiguo edificio y ahora, armados con poderosos reflectores, picos y palas, Souvan y los estudiantes que lo ayudaban caminaban por las ruinas, pasando de habitación .en habitación y de sala en sala.
Sus investigaciones y cálculos no lo habían defraudado. El lugar era precisamente lo que había esperado: un instituto para la congelación y preservación de seres humanos.
Entraron en todas las cámaras donde estaban apilados los ataúdes. Parecían las catacumbas cristianas de un pasado remotísimo. La energía que impulsaba los compresores se había detenido hacía tres milenios y hasta los esqueletos dentro de los ataúdes se habían convertido en polvo.
–Ahí termina el sueño de la inmortalidad del hombre –pensó Souvan, preguntándose quiénes habrían sido esos pobres diablos y cuáles habrían sido sus últimos pensamientos antes de ser congelados para desafiar lo más ineludible del universo, el tiempo mismo. Sus estudiantes charlaban excitados, y si bien Souvan sabía que su descubrimiento sería recibido como uno de los más importantes de su tiempo, se sentía profundamente decepcionado. Él había esperado encontrar algún cuerpo bien preservado en alguna parte, y con ayuda de la medicina, al lado de la cual la del siglo veinte había sido bastante primitiva, volverlo a la vida y así obtener un informe directo de esas misteriosas décadas en que la raza humana, en un ataque de locura generalizado en el mundo entero, se había vuelto contra sí misma destruyendo no sólo el 99 % de la humanidad sino también todas las formas de vida animal existente. Sólo habían sobrevivido datos muy incompletos de las formas de vida de esa época, mucho menos de los pájaros que de otros animales, a tal extremo que las maravillosas criaturas aéreas que surcaban los vientos del cielo eran parte integrante de mitos más que de la realidad histórica.
El sueño dorado de Souvan, ahora destrozado, había sido encontrar un hombre o una mujer, un ser humano que hubiera sido capaz de arrojar luz sobre el origen de los incendios provocados por las naciones de la Tierra para destruirse entre sí. Por todas partes se veían importantes trozos de esqueletos que permanecían intactos, como un cráneo que presentaba un maravilloso trabajo de restauración en la dentadura (Souvan quedó impresionado por la eficiencia técnica de los antiguos), un fémur, un pie, y en un ataúd encontró un brazo momificado, lo que lo sorprendió. Todo esto era fascinante e importante, pero nada si se lo comparaba con las posibilidades inherentes a su sueño destrozado.
No obstante Souvan inspeccionó todo con gran cuidado. Condujo por las ruinas a sus estudiantes, y no se perdieron nada. Examinaron más de dos mil ataúdes, en los que no encontraron más que el polvo de la muerte y del tiempo.
Pero el sólo hecho de que la instalación hubiera sido construida a tal profundidad sugería que pertenecía a la última parte de la era atómica. Indudablemente los científicos de la época se habrían dado cuenta de la vulnerabilidad de la energía eléctrica cuyo origen no fuera atómico, y a menos que los historiadores estuvieran equivocados, ya se utilizaba la energía atómica para la producción de electricidad.
Pero, ¿qué clase de energía atómica? ¿Cuánto tiempo podría funcionar? ¿ Dónde había estado la planta de energía? ¿Utilizaban el agua como agente refrigerante? En ese caso, la planta de energía estaría en la ribera del lago, ahora convertida en vidrio y lava. Posiblemente no habían llegado a descubrir cómo se construía una unidad atómica autónoma capaz de producir energía por lo menos para cinco mil años. Si bien no habían encontrado una planta así en ninguna de las ruinas, había que considerar que la mayor parte de la civilización antigua había sido destruida por los incendios y por eso sólo habían sobrevivido fragmentos de su cultura.
En ese momento de sus meditaciones fue interrumpido por el alarido proferido por uno de sus estudiantes, cuya tarea era detectar radiaciones.
–Tenemos radiación, señor.
No era extraño en una excavación a bajo nivel, pero muy inusual a esa profundidad.
–¿Cuánto?
–De 003. Muy baja.
–Muy bien –dijo Souvan–. Guíenos, proceda lentamente.
Sólo faltaba examinar un recinto, una especie de laboratorio. ¡Qué extraño cómo los huesos perecían pero sobrevivían la maquinaria y los equipos! Souvan caminaba detrás del detector de radiaciones, y detrás de él todos los otros, desplazándose con gran lentitud.
–Es energía atómica, señor, ahora 007, todavía inofensiva. Creo que ésa es la unidad, la que está en el rincón, señor.
Del rincón se oía un murmullo muy débil.
Había una gran unidad sellada conectada por un cable a una caja de unos treinta centímetros cuadrados. La caja, construida de acero inoxidable, en partes todavía brillante, emitía un sonido apenas audible.
Souvan se volvió a uno de sus discípulos.
–Análisis de sonido, por favor.
El estudiante abrió una caja que llevaba, la puso sobre el suelo, ajustó los diales, y leyó los resultados.
–Es un generador –dijo, excitado–. Activado por energía atómica, más bien simple y primitivo, pero increíble. No demasiada energía, pero constante. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
–Tres mil años.
–¿Y la caja?
–Presenta algunos problemas –dijo el estudiante–. Parece que hay una bomba, un sistema de circulación, quizás un compresor. El sistema está funcionando, lo que indicaría que hay refrigeración en alguna parte. Es una unidad sellada, señor.
Souvan tocó la caja. Estaba fría, pero no más fría que los demás objetos metálicos que había en las ruinas. Bien aislado, pensó, maravillándose nuevamente del genio técnico de esos antiguos.
–¿Qué porcentaje –preguntó al estudiante– estima que está dedicado a la maquinaria?
El estudiante volvió a tocar los diales y estudió las agujas de su detector de sonido.
–Es difícil decirlo, señor. Si quiere algo aproximado, yo diría que un ochenta por ciento.
–Así que si contiene un objeto congelado, debe ser muy pequeño, ¿verdad? –preguntó Souvan, tratando de que no se notara que le temblaba la voz de ansiedad.
–Muy pequeño, sí señor.

CONTINUARA 

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