La herida
Howard Fast
The wound, © 1970. Traducido
por Manuel Barberá en El general derribó a un ángel, relatos de Howard
Fast, Colección Azimut de Ciencia Ficción, Intersea SAIC, 1975.
Uno de mis relatos favoritos, realmente te hace replantearte el modo en como tratamos a nuestro único planeta.
Max
Gaffey insistía siempre en que, esencialmente, la industria del petróleo se
podía resumir en una simple expresión: lo que debe hacerse, pero no dónde debe
hacerse. Mi esposa, Martha, no sentía ningún aprecio por Max y afirmaba que era
un destructor. Supongo que lo era, pero ¿en qué difería, por ese motivo, de
cualquiera de nosotros? Todos somos destructores, y si en realidad no
practicamos directamente la destrucción, invertimos para que otros lo hagan y
nos sirva para enriquecernos. Por mi parte, yo había invertido los escasos
ahorros a que puede aspirar un profesor universitario en unas acciones que Max
Gaffey me proporcionó. Pertenecían a una empresa llamada Trueno S. A., y la
misión de la compañía era utilizar bombas atómicas para extraer gas natural y
petróleo aprisionados en los enormes depósitos de esquisto que tenemos aquí en
los Estados Unidos.
El
esquisto petrolífero no es una fuente de petróleo muy económica. Este está
encerrado en el esquisto y alrededor del 60 por ciento del costo total está
representado por los laboriosos métodos de extracción del esquisto de las
minas, la trituración para liberar el petróleo y luego la separación del
esquisto agotado.
Gaffey
vendió a Trueno S. A. un método enteramente nuevo, con el cual se empleaban
bombas atómicas sobrantes para la extracción del petróleo esquistoso. Expresado
en términos muy simples, se practica una perforación muy profunda en depósitos
de petróleo esquistoso. Luego, se introduce una bomba atómica, haciéndola
descender hasta que se posa en el fondo de esa perforación, después de lo cual
se obtura la perforación y la bomba es detonada. Teóricamente, el calor y la
fuerza desarrollados por la explosión atómica trituran el esquisto y ponen en
libertad el petróleo, llenándose la caverna subterránea formada por la fuerza
gigantesca de la bomba. El petróleo no arde debido a que la perforación está
cerrada herméticamente y, de ese modo, con un costo comparativamente pequeño,
pueden extraerse cantidades infinitas de petróleo –suficiente quizá para que
dure hasta la época en que se produzca la conversión total de la energía
atómica–, tan vastos son los depósitos de esquisto.
Tal,
por de pronto, fue la forma en que Max Gaffey me explicó su idea, en una
especie de acicateamiento mental mutuo. Sentía él la máxima admiración por mi
conocimiento de la corteza terrestre y yo, a mi vez, sentía una admiración
igualmente profunda por su capacidad para hacer que apareciesen dos, cinco o
diez dólares donde antes sólo había uno.
Mi
esposa no era tan complaciente con él ni con sus conceptos, y, por sobre todas
las cosas, con el proyecto de introducir bombas atómicas en la corteza de la
Tierra.
–Es
un error –dijo lisa y llanamente–. No sé por qué ni cómo, pero lo que sé es que
todo lo relacionado con la maldita bomba está mal.
–¿
Pero no podrías mirar este asunto como una especie de salvación? –argüí–. Nos
encontramos aquí en los Estados Unidos con bombas atómicas en cantidad
suficiente como para aniquilar la vida en diez Tierras del tamaño de la
nuestra; y cada una de ellas representa una inversión de millones de dólares.
No podría estar más de acuerdo contigo cuando sostienes que son los objetos más
aborrecibles y espantosos que ha concebido la mente humana.
–¿Entonces
cómo puedes hablar de salvación?
–Porque
mientras esas bombas están aquí inactivas, representan una amenaza constante,
día y noche, la amenaza de que a algún general cabeza de chorlito o a un
político sin cerebro se le dé por arrojarlas contra nuestros vecinos. Pero ya
ves que Gaffey ha venido con la posibilidad de un uso pacífico para esas
bombas. ¿No te das cuenta de lo que eso significa?
–Lo
siento, pero no –reconoció Martha.
–Significa
que podemos usar las malditas bombas para algo que no es suicidio, porque si
eso se pone en marcha, será el fin del género humano. Pero hay depósitos de
esquisto petrolífero y gasógeno en todo el planeta, y si podemos emplear la
bomba para abastecer al hombre de combustible durante un siglo y eso sin tomar
en cuenta los subproductos químicos, podemos sencillamente encontrar una manera
de emplear provechosamente esas bombas inmundas.
–¡Ah!
No es posible ni por un momento que lo creas –replicó burlona Martha.
–Lo
creo. Sin duda alguna, lo creo.
Y
sospecho que lo creía. Revisé los planes elaborados por Gaffey y sus asociados
y no pude descubrir ninguna falla. Si la perforación se hacía debidamente, no
habría desprendimientos nocivos. Sabíamos eso y poseíamos los conocimientos
necesarios para hacer la perforación; se había demostrado por lo menos en
veinte explosiones subterráneas. El temblor de la Tierra carecería de
importancia a pesar del calor, no se produciría ignición de petróleo. y no
obstante el costo de las bombas atómicas, la economía sería monumental. Más
aún, Gaffey insinuó que alguna componenda entre el gobierno y Trueno S. A. estaba
en estudio y que si resultaba tal como se había proyectado, las bombas atómicas
no costarían a Trueno S. A. nada en absoluto, pues todo el asunto sería
aceptado como un experimento de la sociedad.
Después
de todo, Trueno S. A. no poseía ningún yacimiento de esquisto petrolífero y no
actuaba en la industria petrolera. Era sencillamente una organización de
servicio dotada del conocimiento requerido y que a cambio de una remuneración,
si el procedimiento daba resultado, produciría petróleo para otros. No se habla
mencionado cuales serían los honorarios, pero Max Gaffey, contestando a mi
pregunta, sugirió que yo podría adquirir algunas acciones, no sólo de Trueno S.
A., sino también de General Shale Holdings, una compañía financiera.
Yo
tenía en total unos diez mil dólares de ahorro disponibles y otros diez mil en
títulos de American Telephone y del gobierno. Martha poseía también un poco de
dinero suyo, pero eso lo dejé aparte y, sin decirle nada, vendí mis acciones y
títulos de Telephone y del gobierno. Las acciones de Trueno S. A, se vendían a
cinco dólares cada una, y yo compré dos mil. Las de General Shale se vendían a
dos dólares y de éstas compré cuatro mil. No vi nada inmoral –tal como se
considera la inmoralidad en el comercio– en los procedimientos adoptados por
Trueno S. A.. Su relación con el gobierno no era distinta de las relaciones de
varias otras compañías y mi propio proceso de inversión era perfectamente serio
y honorable. Ni siquiera recibía información secreta, pues la idea de usar la
bomba atómica para extraer petróleo de esquistos ha tenido amplia publicidad,
aunque poco se la ha creído.
Aun
antes de que se llevase a cabo la primera explosión de prueba, las acciones de
Trueno S. A. subieron de cinco a sesenta y cinco dólares cada una. Mis diez mil
dólares se convirtieron en ciento treinta mil y un año después este valor se
duplicó a su vez. Las cuatro mil acciones de General Shale subieron a dieciocho
dólares, y del profesor modestamente pobre que yo era pase a ser un profesor
modestamente rico. Cuando por fin, casi dos años después de que Max Gaffey me
vino con la idea, realizaron la primera explosión de bomba atómica en un pozo
horadado en un yacimiento de esquistos petrolíferos, yo había dejado atrás las
simples ansiedades de los pobres, y había desarrollado un modo de vida
enteramente propio de la clase media alta. Nos convertimos en una familia de
dos automóviles, y mi Martha, que tan enemiga había sido de la idea, me
acompañó a comprar una casa más grande. Ya en la casa nueva, Gaffey y su esposa
vinieron a cenar y Martha misma se despachó dos martinis puros. Luego fue muy
cortés hasta que Gaffey se puso a hablar del bienestar social. Pintó con
palabras un cuadro venturoso de lo que podría rendir el petróleo esquistoso y
lo ricos que podríamos ser.
–¡Ah,
sí, sí! –convino Martha–. Contaminar la atmósfera, matar más gente con más
automóviles, aumentar la velocidad con la que podemos dar vueltas zumbando sin
llegar precisamente a ningún sitio.
–¡Oh,
eres una pesimista! –opinó la esposa de Gaffey, que era joven y bonita, pero no
un gigante mental.
–Claro
que el asunto tiene dos aspectos –admitió Gaffey–. No es posible detener el
progreso, pero me parece que es posible orientarlo.
–De
la misma forma en que venimos orientándolo, para que nuestros ríos apesten,
nuestros lagos sean cloacas llenas de peces muertos, nuestras aves se envenenen
con DDT y nuestros recursos naturales queden destruidos. Todos somos
destructores, ¿no es cierto?
–¡Vamos,
vamos! –protesté–. Las cosas son así. y todos estamos indignados, Martha.
–¿De
veras lo están?
–Creo
que sí.
–Los
hombres siempre han excavado la tierra –dijo Gaffey–. Si así no fuese
estaríamos todavía en la edad de piedra.
–Y
tal vez seriamos algo más felices.
–No,
no, no –dije yo–. La edad de piedra, Martha, fue una época muy desagradable. No
puedes desear que volvamos a ella.
–¿Recuerdan
–dijo Martha despacio– que hubo una época en que los hombres hablaban de la
Tierra como de una madre? Era la Madre Tierra y lo creían. Era la fuente de la
vida y de la existencia.
–Lo
sigue siendo.
–La
han secado –dijo Martha–. Cuando se seca a una mujer, sus hijos perecen.
Era
una extraña y poética afirmación y,.tal como yo lo pensé, de mal gusto. Para
castigar a Martha dejé a la señora Gaffey con ella, so pretexto de que Max y yo
teníamos que conversar de ciertas cosas comerciales, lo cual en realidad
hicimos. Entramos en el estudio nuevo de la nueva casa, encendimos cigarrillos
de cincuenta céntimos de dólar cada uno y Max me describió minuciosamente lo
que habían bautizado con mucho acierto el “Proyecto Hades".
–La
cuestión es –dijo Max– que yo puedo conseguir que entres en esto desde el
principio mismo. Desde abajo. Están en el asunto once compañías, empresas muy
sólidas y de buena reputación –y las nombró, lo cual me impresionó debidamente–
y esas empresas aportan capital para lo que será una subsidiaria de Trueno S.
A.. A cambio de su dinero se les da un veinticinco por ciento de interés. Hay
además un diez por ciento en forma de certificados de opción para compra de
acciones, puesto a un lado para consultas y consejos, y tú entenderás el
motivo. Yo puedo acomodarte con un uno y medio por ciento –alrededor de tres
cuartos de millón– simplemente a cambio de. unas semanas que dediques y te
pagaremos todos los gastos, además de otras compensaciones.
–Da
la impresión de ser interesante.
–Tiene
que ser más que una impresión. Si el "Proyecto Hades" resulta, el
valor de tu parte aumentará diez veces dentro de cuestión de cinco años. No
conozco manera mas rápida de llegar a millonario.
–Está
bien. Estoy más que interesado. Sigue.
Gaffey
sacó de un bolsillo un mapa de Arizona, lo desdobló y con un dedo señaló una
parte recuadrada.
–Esto
–dijo– es lo que, según nuestros conocimientos geológicos, debe ser una de: las
regiones más ricas en producción petrolera de todo el país. ¿Coincides conmigo?
–Sí,
conozco la región –respondí–. La he recorrido. Su potencial en petróleo es
puramente teórico. Jamás nadie ha sacado algo de allí, ni siquiera agua salada.
Es seco y muerto.
–¿Por
qué?
–Es
así –agregué encogiéndome de hombros–. Si pudiéramos encontrar petróleo
guiándonos por presunciones y teorías, tú y yo seríamos más ricos que Creso.
Como bien sabes, el hecho es que a veces hay y a veces no hay. Esto último con
más frecuencia.
–¿Por
qué? Nosotros conocemos nuestro trabajo. Perforamos donde debe perforarse.
–¿Adónde
quieres llegar, Max?
–A
una especulación, especialmente en esta área. Hace meses que hablamos de esta
especulación. La hemos puesto a prueba lo mejor posible. La hemos examinado
desde todos los puntos de vista concebibles, y ahora estamos dispuestos a
quemar más o menos cinco millones de dólares para comprobar nuestra
hipótesis... siempre que...
–¿Siempre
que... qué?
–Que
tu experta opinión concuerde con la nuestra. Dicho con otras palabras, tiramos
los dados junto contigo. Estudia la situación y si nos dices que sigamos
adelante, seguiremos adelante. Y si nos dices que es un castillo de naipes,
bueno... plegamos nuestras tiendas, como los árabes, y nos alejamos
sigilosamente.
–¿Sólo
por lo que yo diga?
–Sólo
porque tienes conocimiento y sabes hacer las cosas.
–Max,
¿no estás tomando el rábano por las hojas? Yo soy apenas un profesor de
Geología de una universidad del Oeste sin importancia, y hay por lo menos
veinte hombres que pueden enseñarme mucho...
–A
nuestro juicio, no. No en lo relativo al sitio donde encontrar lo que buscamos.
Sabemos quiénes están en actividad y conocemos sus antecedentes en este
aspecto. Eres modesto, pero nosotros sabemos qué es lo que necesitamos. De
manera que no discutas. O es un trato hecho o no lo es. ¿No?
–¿Cómo
diablos puedo yo contestar cuando ni siquiera sé de qué me estás hablando?
–Está
bien... te lo explicaré en forma rápida y sencilla. Allí en un tiempo hubo
petróleo, justo donde debe estar ahora. Después una convulsión natural ocasionó
una falla muy profunda. La tierra se quebró y el petróleo descendió a una gran
profundidad; en este momento hay bolsones gigantescos de petróleo enterrados
donde ningún trépano los puede alcanzar.
–¿A
qué profundidad?
–¡Vaya
uno a saber! A veinte o treinta kilómetros.
–Eso
es muy profundo.
–Tal
vez sea más. Cuando piensas en esa medida por debajo de la superficie, te
encuentras. con un misterio más obscuro que el de Marte o Venus... todo lo cual
conoces.
–Todo
lo cual conozco –le dije y experimenté una sensación desagradable e incómoda, y
sin duda en algún grado se me vio en el rostro.
–No
lo sé. ¿ Por qué no dejas este asunto en paz, Max?
–¿Qué
motivo hay para que lo deje?
–Vamos,
Max... no estamos hablando de perforar para buscar petróleo. Veinte, treinta
kilómetros... Hay un equipo cerca de Pecos, en Texas, y acaban de pasar el
nivel de los veinticinco mil pies, y eso es lo que ocurre. O, tal vez otro
millar, pero estás hablando de petróleo enterrado a cien mil pies por debajo de
la superficie. No es posible hacer perforación para llegar ahí, lo único que
podrán hacer es...
–¿Qué?
–Dinamitarlo.
–Por
supuesto... ¿Y qué encuentras de malo en esa idea? ¿En qué está equivocada?
Sabemos, o por la menos tenemos una buena razón para creerlo, que hay una
fisura que se abrió y se cerró. El petróleo debe estar sometido a una presión
enorme. Introducimos una bomba atómica, una bomba mayor de las que hasta ahora
hemos usado, y logramos que la fisura se abra. ¡Dios Todopoderoso! Sería el
pozo más grande de toda la historia de la explotación petrolera.
–Ya
han hecho la perforación, ¿no es verdad Max?
–Así
es.
–¿Hasta
qué profundidad?
–Veintidós
mil pies.
–¿Y
tienen la bomba?
Max
asintió con una inclinación de cabeza.
–Tenemos
la bomba. Venimos trabajando en esto desde hace cinco años y hace siete meses
los muchachos de Washington lograron que la bomba esté a su disposición. Está
allá afuera, en Arizona, esperando...
–¿Esperando
qué?
–Que
tú revises todo y nos digas si podemos continuar.
–¿Por
qué? Ya tenemos suficiente petróleo...
–¡Un
demonio! Sabes perfectamente bien por qué... ¿ Y supones que podemos dejar el
asunto en suspenso, ahora, después de todo el dinero y el tiempo que en esto
hemos invertido?
–Aseguraste
que desistirían si yo les decía que lo hiciesen.
–Como
geólogo a quien pagamos, te conozco lo suficiente como para darme cuenta de lo
que ello significa en relación con tu habilidad y orgullo profesionales.
Continuara...
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