Una nueva visión
Perros y lobos
Bestias creadas por la ciencia
Bestias terrestres
Bestias de otros mundos
Zoologos, biologos y cazadores
La mayoría de los relatos fueron recopilados por Robert Silverberg y algunos otros han sido agregados por mi, si conocen algunos otros que crean deberían estar aquí agradecería mucho me los compartieran.
El
huevo
Howard
Fast
Traducido por Rolando Costa Picazo en Un
toque de infinito, relatos de Howard Fast, Ciencia-Ficción 3, EMECÉ
Distribuidora, primera edición en 1974.
No
sólo se trata de un relato conmovedor, sino que nos ayuda a percibir mejor esas
pequeñas cosas simples que nos rodean, que nos alegran la vida, pero que
normalmente no valoramos lo suficiente.
Fue
un hecho afortunado, como lo reconocieron todos, que Souvan estuviera a cargo
de las excavaciones –167-arco II, porque aunque era un arqueólogo de segundo
orden, su hobby o afición lateral era las excentricidades de las ideas sociales
de la segunda mitad del siglo veinte. No era simplemente un historiador, sino un
estudioso cuya curiosidad lo llevó por los pequeños atajos olvidados por la
historia. De otra manera, el huevo no hubiera recibido el tratamiento que tuvo.
La
excavación tenía lugar en la parte norte de una región que en tiempos antiguos
se había llamado Ohio, perteneciente a un ente nacional conocido como Estados
Unidos de América en aquel entonces. Había sido una nación tan poderosa que
había resistido tres incendios atómicos antes de desintegrarse, y por eso era
más rica en tesoros enterrados que cualquier otra parte del mundo. Como lo sabe
cualquier escolar, fue sólo en el siglo pasado que logramos llegar a entender
las antiguas costumbres sociales de las últimas décadas de la era anterior. No
es muy fácil superar una brecha de tres mil años, y es muy natural que la edad
de la guerra atómica esté más allá de la comprensión de los seres humanos
normales.
Souvan
había pasado años de investigación calculando el lugar exacto para la
excavación, y aunque nunca lo había declarado públicamente, no estaba interesado
en refugios atómicos sino en otra manifestación de aquella época, una
manifestación olvidada. Habían sido tiempos de muerte (el mundo no había visto
antes tantas muertes), y por eso habían sido tiempos en que se había tratado de
conquistar la muerte, mediante curas, sueros, anticuerpos, y mediante algo que
le interesaba a Souvan de manera especial: el método de congelación.
A
Souvan le interesaba sobremanera la cuestión de .la congelación. Según sus
investigaciones, parecería que al comenzar la segunda mitad del siglo veinte,
se habían congelado órganos humanos así como también animales enteros. Los más
simples habían sido descongelados y revividos. Algunos médicos habían concebido
la idea de congelar a seres humanos que padecían enfermedades incurables,
manteniéndolos luego en hibernación hasta que se hubiera descubierto la cura de
la enfermedad en cuestión. Para entonces, en teoría, se los reviviría para
curarlos. Si bien sólo los ricos aprovecharon las ventajas del método, fueron
varios cientos de miles de personas las que lo utilizaron (no se conocía a
ciencia cierta si alguien había sido revivido y curado), y los centros
construidos a tal efecto fueron destruidos por los incendios y los siglos de
barbarie y salvajismo.
Sin
embargo, Souvan había hallado una referencia a uno de esos centros, construido
durante la última década de la era atómica. Era subterráneo y aparentemente
tenía compresores accionados por energía atómica. Los años de trabajo e
investigación estaban apunto de dar fruto. Habían hundido el socavón a unos
cien pies dentro de la materia como lava que estaba al sur del lago, y ya
habían llegado a las ruinas de lo que parecía ser la instalación que buscaban.
Ya habían penetrado en el antiguo edificio y ahora, armados con poderosos
reflectores, picos y palas, Souvan y los estudiantes que lo ayudaban caminaban
por las ruinas, pasando de habitación .en habitación y de sala en sala.
Sus
investigaciones y cálculos no lo habían defraudado. El lugar era precisamente
lo que había esperado: un instituto para la congelación y preservación de seres
humanos.
Entraron
en todas las cámaras donde estaban apilados los ataúdes. Parecían las
catacumbas cristianas de un pasado remotísimo. La energía que impulsaba los
compresores se había detenido hacía tres milenios y hasta los esqueletos dentro
de los ataúdes se habían convertido en polvo.
–Ahí
termina el sueño de la inmortalidad del hombre –pensó Souvan, preguntándose
quiénes habrían sido esos pobres diablos y cuáles habrían sido sus últimos
pensamientos antes de ser congelados para desafiar lo más ineludible del
universo, el tiempo mismo. Sus estudiantes charlaban excitados, y si bien
Souvan sabía que su descubrimiento sería recibido como uno de los más
importantes de su tiempo, se sentía profundamente decepcionado. Él había
esperado encontrar algún cuerpo bien preservado en alguna parte, y con ayuda de
la medicina, al lado de la cual la del siglo veinte había sido bastante
primitiva, volverlo a la vida y así obtener un informe directo de esas
misteriosas décadas en que la raza humana, en un ataque de locura generalizado
en el mundo entero, se había vuelto contra sí misma destruyendo no sólo el 99 %
de la humanidad sino también todas las formas de vida animal existente. Sólo
habían sobrevivido datos muy incompletos de las formas de vida de esa época,
mucho menos de los pájaros que de otros animales, a tal extremo que las
maravillosas criaturas aéreas que surcaban los vientos del cielo eran parte
integrante de mitos más que de la realidad histórica.
El
sueño dorado de Souvan, ahora destrozado, había sido encontrar un hombre o una
mujer, un ser humano que hubiera sido capaz de arrojar luz sobre el origen de
los incendios provocados por las naciones de la Tierra para destruirse entre
sí. Por todas partes se veían importantes trozos de esqueletos que permanecían
intactos, como un cráneo que presentaba un maravilloso trabajo de restauración
en la dentadura (Souvan quedó impresionado por la eficiencia técnica de los
antiguos), un fémur, un pie, y en un ataúd encontró un brazo momificado, lo que
lo sorprendió. Todo esto era fascinante e importante, pero nada si se lo
comparaba con las posibilidades inherentes a su sueño destrozado.
No
obstante Souvan inspeccionó todo con gran cuidado. Condujo por las ruinas a sus
estudiantes, y no se perdieron nada. Examinaron más de dos mil ataúdes, en los
que no encontraron más que el polvo de la muerte y del tiempo.
Pero
el sólo hecho de que la instalación hubiera sido construida a tal profundidad
sugería que pertenecía a la última parte de la era atómica. Indudablemente los
científicos de la época se habrían dado cuenta de la vulnerabilidad de la
energía eléctrica cuyo origen no fuera atómico, y a menos que los historiadores
estuvieran equivocados, ya se utilizaba la energía atómica para la producción
de electricidad.
Pero,
¿qué clase de energía atómica? ¿Cuánto tiempo podría funcionar? ¿ Dónde había
estado la planta de energía? ¿Utilizaban el agua como agente refrigerante? En
ese caso, la planta de energía estaría en la ribera del lago, ahora convertida
en vidrio y lava. Posiblemente no habían llegado a descubrir cómo se construía
una unidad atómica autónoma capaz de producir energía por lo menos para cinco
mil años. Si bien no habían encontrado una planta así en ninguna de las ruinas,
había que considerar que la mayor parte de la civilización antigua había sido
destruida por los incendios y por eso sólo habían sobrevivido fragmentos de su
cultura.
En
ese momento de sus meditaciones fue interrumpido por el alarido proferido por
uno de sus estudiantes, cuya tarea era detectar radiaciones.
–Tenemos
radiación, señor.
No
era extraño en una excavación a bajo nivel, pero muy inusual a esa profundidad.
–¿Cuánto?
–De
003. Muy baja.
–Muy
bien –dijo Souvan–. Guíenos, proceda lentamente.
Sólo
faltaba examinar un recinto, una especie de laboratorio. ¡Qué extraño cómo los
huesos perecían pero sobrevivían la maquinaria y los equipos! Souvan caminaba
detrás del detector de radiaciones, y detrás de él todos los otros,
desplazándose con gran lentitud.
–Es
energía atómica, señor, ahora 007, todavía inofensiva. Creo que ésa es la
unidad, la que está en el rincón, señor.
Del
rincón se oía un murmullo muy débil.
Había
una gran unidad sellada conectada por un cable a una caja de unos treinta
centímetros cuadrados. La caja, construida de acero inoxidable, en partes
todavía brillante, emitía un sonido apenas audible.
Souvan
se volvió a uno de sus discípulos.
–Análisis
de sonido, por favor.
El
estudiante abrió una caja que llevaba, la puso sobre el suelo, ajustó los
diales, y leyó los resultados.
–Es
un generador –dijo, excitado–. Activado por energía atómica, más bien simple y
primitivo, pero increíble. No demasiada energía, pero constante. ¿Cuánto tiempo
ha pasado?
–Tres
mil años.
–¿Y
la caja?
–Presenta
algunos problemas –dijo el estudiante–. Parece que hay una bomba, un sistema de
circulación, quizás un compresor. El sistema está funcionando, lo que indicaría
que hay refrigeración en alguna parte. Es una unidad sellada, señor.
Souvan
tocó la caja. Estaba fría, pero no más fría que los demás objetos metálicos que
había en las ruinas. Bien aislado, pensó, maravillándose nuevamente del genio
técnico de esos antiguos.
–¿Qué
porcentaje –preguntó al estudiante– estima que está dedicado a la maquinaria?
El
estudiante volvió a tocar los diales y estudió las agujas de su detector de
sonido.
–Es
difícil decirlo, señor. Si quiere algo aproximado, yo diría que un ochenta por
ciento.
–Así
que si contiene un objeto congelado, debe ser muy pequeño, ¿verdad? –preguntó
Souvan, tratando de que no se notara que le temblaba la voz de ansiedad.
–Muy
pequeño, sí señor.
CONTINUARA
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