Continuación...
Dos
semanas más tarde Souvan habló por televisión. Habló para la gente. Con el
final de los grandes incendios atómicos de hacía tres mil años se habían
terminado las razas y los idiomas. Las pocas personas que sobrevivieron se
juntaron y se casaron entre sí, y de todas las lenguas salió una sola. Con el
tiempo se propagaron a los cinco continentes de la Tierra.
Ahora
había medio billón de habitantes. Volvía a haber campos de trigo, huertos y
bosques, y peces en el mar. Pero no existía el canto de los pájaros ni el grito
de ninguna bestia, porque ni bestias ni pájaros habían sobrevivido.
–“Sin
embargo, algo sabemos acerca de los pájaros.” –dijo Souvan, un poco nervioso
porque era la primera vez que hablaba por el circuito mundial. Ya les había
contado acerca de sus cálculos, la excavación y el hallazgo.
–"No
es mucho, desgraciadamente, porque no ha quedado ninguna imagen ni
representación de un pájaro. Pero durante nuestras investigaciones hemos tenido
la suerte de encontrar algún libro que mencionaba a los pájaros, o un verso,
una referencia en una novela. Sabemos que su hábitat era el aire, que volaban
sobre alas extendidas, no como vuelan nuestros aviones impulsados por sus
chorros atómicos, sino como nadan los peces, con belleza y gracia. Sabemos que
algunos era pequeños, otros muy grandes, y sabemos también que estaban
cubiertos por una pelusa que llamaban plumas. Pero cómo era exactamente un ave
o una pluma o un ala, eso no lo sabemos, fuera de la imaginación de nuestros
artistas, que tantas veces han imaginado a los pájaros.”
–"Bien,
en el último cuarto que examinamos en el extraño lugar de resurrección
construido por los antiguos en América, en la única célula de refrigeración que
todavía funcionaba, descubrimos una cosita ovoide que creemos que es el huevo
de un pájaro. Como saben, existe una disputa entre los naturalistas; algunos
sostienen que no es posible que una criatura de sangre caliente se reproduzca
por medio de huevos, otros dicen que sí, que es igual que los insectos y los
peces, pero esa disputa no ha sido resuelta todavía. Muchos hombres de ciencia
de gran reputación creen que el huevo del pájaro era simplemente un símbolo, un
símbolo mitológico. Otros sostienen con igual firmeza que los pájaros se
reproducían poniendo huevos. Quizá podamos por fin resolver esta disputa.”
–"De
cualquier modo, hora verán el dibujo de un huevo"
En
las cámaras de televisión apareció una cosa pequeña, de una pulgada de largo, y
toda la gente de la Tierra la miró.
–"He
aquí el huevo. Lo hemos sacado de la cámara de refrigeración con el mayor de
los cuidados, y ahora está en una incubadora que le hemos construido
especialmente. Hemos analizado todos los factores que podrían indicarnos cuál
sería el calor adecuado, y ahora que hemos hecho todo lo posible, debemos
esperar. No tenemos idea de cuánto tiempo llevará la incubación. La máquina que
se usó para congelarlo y mantenerlo fue probablemente la primera de su tipo que
se construyó (tal vez la única), y seguramente se planeaba congelar el huevo
por un período muy breve, quizá para comprobar la eficacia de la máquina. Sólo
podemos tener esperanzas de que, tres mil años después, quede un germen de
vida".
Pero
Souvan tenía mucho más que esperanzas. El huevo había sido puesto bajo el
cuidado de una comisión de naturalistas y biólogos, pero como él había sido su
descubridor, Souvan podía estar presente en todo. Ni sus amigos ni su familia
lo veían. Vivía en el laboratorio, comía y dormía allí. Las cámaras de
televisión, fijas sobre el minúsculo objeto en la incubadora de vidrio,
informaban en la hora de su progreso a todo el mundo. Souvan, junto con la
comisión de científicos, no podían apartarse del lugar. El arqueólogo se
despertaba y en seguida recorría los silenciosos corredores para ir a mirar el
huevo. Cuando dormía, soñaba con el huevo. Observó cientos de dibujos hechos
por artistas sobre pájaros, y recordó antiguas leyendas de seres metafísicos
llamados ángeles, preguntándose si no habían tenido origen en alguna especie de
pájaro.
Él
no era el único cuyo interés era fanático. En un mundo sin fronteras; sin
guerras ni enfermedades, casi sin odio, no había sucedido nada tan excitante como
el descubrimiento del huevo. Millones y millones de personas observaban el
huevo en sus televisores. Millones soñaban con lo que podría llegar a
convertirse.
Y
luego sucedió. A los catorce días Souvan fue despertado por uno de los
ayudantes del laboratorio.
–¡Está
saliendo del cascarón! –exclamó–. ¡Venga, Souvan, que está saliendo!
Todavía
en su ropa de dormir, Souvan corrió al cuarto de la incubadora, donde ya
estaban reunidos los naturalistas y los biólogos junto a la máquina. En medio
de las voces se oía el ruego de los camarógrafos pidiendo más espacio para la
imagen. Souvan los ignoró, abriéndose paso para ver.
Estaba
sucediendo. Ya la cáscara estaba agrietada, y mientras observaba vio un pequeño
pico que se abría paso, seguido de una bolita de plumas amarillas. Su primera
reacción fue de gran desilusión. ¿Así que éste era un pájaro? ¿Esta minúscula e
informe bolita de vida parada sobre dos patas que apenas si podía caminar, y
que evidentemente era incapaz de volar? Luego su entrenamiento científico lo
hizo razonar asegurándole que el infante no necesariamente se parece al adulto,
y que el hecho de que emergiera vida de un antiguo huevo congelado era el
milagro. más grande que hubiera presenciado.
Ahora
se hicieron cargo de todo los naturalistas y los biólogos. Ya habían
determinado, recomponiendo todos los fragmentos de información que poseían, y
utilizando el ingenio, además, que la dieta de la mayoría de los pájaros debía
haber consistido de raíces y de insectos, y ya tenían preparado todas las variaciones
posibles de dietas, listos para ver cuál era la mejor para el velloncito
amarillo. Trabajaron siguiendo el instinto pero también rezando, y por suerte
hallaron una dieta adecuada.
Durante
las semanas siguientes el mundo y Souvan observaron la cosa más maravillosa, el
crecimiento de un polluelo que llegó a convertirse en un hermoso pájaro cantor.
Lo trasladaron de la incubadora a una jaula y luego a otra jaula más grande, y
luego un día extendió las alas e hizo el primer intento para volar.
Casi
medio billón de personas gritaron de alegría, pero nada de esto sabía el
pájaro. Cantó, débilmente al principio, luego cada vez con más fuerza. Hizo sus
trinos, y el mundo escuchó con más interés que el que prestaba a sus grandes
orquestas sinfónicas.
Construyeron
una gran jaula de, treinta pies de alto, cincuenta de largo y cincuenta de
ancho, y colocaron la jaula en el medio de un parque, y el pájaro volaba y
cantaba dentro de la jaula como si fuera una veloz bola sonora.
Millones
de personas iban al parque a ver el pájaro con sus propios ojos. Atravesaban
los continentes y los anchos mares. Llegaban de todos los confines de la Tierra
para ver el pájaro.
Quizás
algunos de ellos sintieron que les cambiaba la vida, así como Souvan sintió que
su vida había cambiado. Vivía ahora con los sueños y recuerdos de un mundo que
había existido, un mundo en el que esos bailarines plumados eran cosa de todos
los días, en el que el cielo estaba lleno de sus formas que planeaban, se
precipitaban y bailaban. Vivir con ellos debe haber sido un goce sin fin.
Verlos desde la puerta de la casa, observarlos, oír sus trinos de la mañana
hasta el atardecer debe haber sido un éxtasis. Iba a menudo al parque (tan a
menudo que interfería con su trabajo), se abría paso entre las inmensas
muchedumbres hasta que se acercaba y podía ver el rayito de sol que había
regresado al mundo desde la inmensidad de los tiempos. y un día; parado allí,
miró la lejanía azul del cielo y supo lo que debía hacer.
Era
una figura de fama mundial, así que no le fue difícil que el Consejo le diera
audiencia.
Parado
ante el augusto cuerpo de cien hombres y mujeres que administraban todo lo
relacionado con la vida en la Tierra, esperó hasta que el presidente del
consejo, un venerable viejo de barba blanca y más de noventa años, le dijo:
–Te
escuchamos, Souvan.
Estaba
nervioso, intranquilo, pero sabía qué era lo que debía decir y juntó ánimos
para decirlo.
–El
pájaro debe ser puesto en libertad –dijo Souvan.
Se
hizo un silencio que duró varios minutos, hasta que se puso de pie una mujer y
le preguntó, no sin amabilidad:
–¿Por
qué dices eso, Souvan?
–Quizá
porque, sin querer ser egoísta, estoy en condiciones de decir que mi relación
con el pájaro es especial. De cualquier manera, ha entrado en mi vida y en mi
ser, dándome algo de lo que antes carecía.
–Posiblemente
lo mismo nos pase a todos, Souvan.
–Posiblemente,
y por eso sabrán lo que siento. El pájaro está con nosotros desde hace más de
un año. Los naturalistas con los que he discutido creen que un ser tan pequeño
no puede vivir mucho. Vivimos por amor y hermandad.
Damos
porque recibimos. El pájaro nos ha dado el don más precioso, un nuevo sentido
de la maravilla que es la vida. Todo lo que podemos darle en cambio es el cielo
azul, para el que fue creado. Es por eso que sugiero que soltemos el pájaro.
Souvan
se retiró y los consejeros se pusieron a hablar entre ellos, hasta que al día
siguiente anunciaron al mundo su decisión. Iban a soltar el pájaro. La
explicación que dieron fueron las palabras de Souvan. Así llegó un día, no
mucho después, en que medio millón de personas se agolparon en las colinas y
valles del parque donde estaba la jaula, mientras medio billón más miraba en
sus televisores.
Había
miles de largavistas enfocados sobre la jaula. Souvan no tenía necesidad de
ellos, porque estaba junto a la jaula. Observó cómo corrían el techo de la
jaula, y luego observó al pájaro.
Se
quedó sobre la percha, cantando con todos sus bríos, mientras un torrente de
sonidos brotaba de su pequeña garganta. Luego, de alguna manera, se dio cuenta
de la libertad. Voló, primero dentro de la jaula, luego en círculos, elevándose
cada vez más alto hasta que sólo fue un aleteo brillante de sol, y luego nada
más.
–A
lo mejor regresa –dijo alguien que estaba cerca de Souvan.
Extrañamente,
el arqueólogo deseó que no fuera así. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero
sentía una alegría y una plenitud que nunca había experimentado en su vida.
FIN